Andanzas
Sus alocadas trenzas caían desnudas sobre sus incandescentes senos. Harta de caminar, que no cansada, se sentó sobre una piedra negra, su vello se confundió y se fundió con la roca. Las olas golpeaban levemente los guijarros, ella desenmarañaba sus pensamientos; una larga estela de sentimientos pendían de cada una de sus huellas sobre la arena. El sol le hablaba, pero ella no comprendía. Cuando el primer lucero comenzó a palpitar, retomó su camino. Atrás quedaba la vida, la dejaba para caminar, para sentir el cosquilleo del mundo en sus plantas. Atrás quedaba la vida, la abandonaba para amamantar el aire al avanzar, para compartirse toda. Atrás quedaba la vida y la muerte…