Sutilezas 3

Quiero morir ahora, así, ya…

De su concha brotaban ríos que bebí sin parar, me embriagué. Su mano apretaba sus tetas duras y manejables, yo seguía mamando, chupando, hundiendo mi lengua en esa panocha jugosa que gustosa se abría para recibirme.

Dejé su conchita para subir a su boca y regalarle su propio sabor con mis labios; su mano se aferró con fuerza a mi verga tiesa a punto de estallar, me incorporé y se la puse en la boca, su lengua serpenteó sobre ella, la recorrió de arriba a abajo y empezó a devorarme. Chupaba mi verga y me parecía que se chupaba de mí abosolutamente todo: me evaporaba.

Ahora sus manos estaban en mis nalgas, su boca recorriendo mi vientre, besándome hasta las piernas y de regreso, depositando un besito lento y húmedo justo en la cabeza de mi verga. De a poco vino sobre mí, malabáricamente se acamodó encima, empezó la penetración: se le iba hundiendo poco a poco mi falo erguido en esa panochita tibia, cada centímetro era un gozo extra. ¡Me cabalgó!

El mundo simplemente se desvaneció, no era otoño, ni era diciembre. No existía el dolor y el único espacio existente era ese: el que nuestros cuerpos ocupaban. No eran jadeos, ni gemidos eran las voces del alma comunicándose. No había otro tiempo, sólo éste en el que mis piernas se inundaron con el manantial de su panocha, en el que mi verga hacía erupción en sus entrañas, en el que simultáneamente nuestras bocas se abrieron para murmurar:

Quiero morir ahora, así, ya…