Sobredosis de cansancio

Hoy, como la mayoría de las tardes, al rededor de las seis treinta, Damián Suárez viajaba en el mismo camión que yo; agotado después de una larga jornada de trabajo. Otras veces lo había visto,con su mirada cansada, nostálgica, dormitando de cuando en cuando. Cada día, al bajarse en la esquina de 21 de marzo y Porfirio Díaz, su voz sonaba fuerte todavía a sus 67 años: - “Bajan”. Para concluir al bajar el último escalón: - “Gracias”.

Hoy casualmente me senté junto a él y pude apreciar más de cerca sus manos agrietadas, sucias. De pronto, su cabeza cayó sobre mi hombro y mientras él dormía, una mezcla de olores legaba a mi nariz: polvo, cemento, sol… Todo esto me llevó a imaginar cómo habría sido su día.

Cuando volví de mis cavilaciones ya estábamos a más de diez cuadras de la bajada habitual de Damián. Al quererlo despertar, su cabeza simplemente rodó hacia el otro lado y no se inmutó, no despertó, no despertaría más. Había dejado de pensar, de sentir, de sonar. Damián, por fin, podría descansar.