Y Después Del Amor…

Así es, no pude evitarlo. Caminé detrás de ti, impunemente te seguí. Esta vez no fueron unos lindos ojos o una sonrisa cautivadora. No, esta vez fueron tus maravillosas nalgas. Te seguí.

Toqué a tu puerta y tú me abriste tus piernas, me sumergí de inmediato y me diste de beber; saciaste mi sed, pero la tuya creció, tal como creció mi intimidad… Ahora bebías tú. Tus piernas seguían abiertas pues jugabas a la par contigo y conmigo.

Entonces sudedió: Se develaron ante mí dos montes excelsos, toda la nieve cayó y mostraron su magnificencia. Yo me deshacía ya en mi primer espasmo entre tu labios y los míos salieron de excursión: fueron a escalar.

Así, prendido de tan preciado anhelo, besé, lamí, chupé, mordisqueé, succioné, mientras mis dedos hurgaban tus entrañas. Ahora eras tú quien sucumbía ante los espasmos, eras tú quien clamaba, quien vociferaba contradicciones: “Más, más… ¡Para! No sigas, detente. Quiero más ¡Así!… Nunca supe si tus ininteligibles murmullos finales eran agradecimientos o maldiciones.

Treinta y siete segundos después, aprovechando tu desfallecimiento, estaba yo sobre ti. Cubriéndote de besos, aspirando tu aroma de hembra -más mujer que cualquiera-. Tus ojos cerrados duraron sólo un instante, al primer indicio de que estaba yo entrando en ti se abrieron desaforadamente. Tus manos fueron tenazas, apenas daban espacio para un sólo movimiento, pero ese bastaba. No sé cuántas veces entré: Ahora afuera, ahora dentro, ahora muy dentro… Lo que sí sé es que en un momento ya no éramos dos cuerpos y esa masa semihomogénea, tantas veces arrítmica, se convulsionaba en una misma danza mortal armonizada por tu voz. ¿Era tu voz?

Esa ventana que te fue imposible cerrar durante unos segundos: tus ojos, te mostraron íntegra, más desnuda que como lucías ahí tendida sobre el piso, mirando al infinito con una sonrisa angelical y tu mano fuertemente, casi dolorosamente, asida a la mía.