jueves, mayo 04, 2006

De la vida

Y resultó que, después de días y noches recordándolo, llorándolo, masturbándose frenéticamente, relamiéndose los dedos, aullando de doloroso placer solitario, él regresó. Lo vio ascender por la colina y se perfumó hasta el alma para recibirlo. Sus pechos firmes, erectos, ansiaban el momento de volver a ser devorados, no podía contener su humedad de imaginarse penetrada profundamente.

Se escuchó el ritmo del amor, jadeos tan intensos que casi se podían oler. Él entraba y salía, iba y venía, se sumergía vigoroso en esos mares, se deleitaba danzando entre las ninfas... entre torrenciales aguaceros. Sus voces eran cataratas reventando sobre las rocas, el mundo entero podía saber que se estaban amando.

Ella retomó su juego solitario, su humanidad toda vibró al contacto de sus manos, se aferró a su vida, ésta, así, bebiendo sus propios jugos, inspirada ahora al menos por su cercanía, por su olor, meciéndose al ritmo que le marcaba la dulce música del piso de arriba, esa que le arrancaba el alma, pero que era también su único consuelo.