¡Ah, qué vida! Hace rato, no sé si para bien o para mal, que dejé atrás la adolescencia. Pero anoche he recordado una parte.
Quedé en verme con una niña. También hace rato ya que dejé atrás las citas aquellas en las que te conocías sólo platicando y después de dos millones y pico de citas le tomabas la mano y otras tantas citas después le dabas un beso. Así que los dos ya sabíamos a qué íbamos, lo habíamos hablado: íbamos a darnos unos buenos besos de tal manera que la tarde valiera la pena.
Nos vimos en un parque y después de los saludos de rigor (porque no puedo aún –y no quiero- evitar los formalismos) ya estabamos recargados en un arbolito dejando que nuestros labios se conocieran. ¡La niña era fuego! El dejar que sólo nuestros labios se conocieran duró muy poco, pues junto con ellos ya se reconocían nuestras manos que empezaban a recorrer nuestros cuerpos: hombros, espalda, senos, cabello (con un olor divino que aún no identifico), cintura, nalgas y ¡uf! una ardiente vagina. Sí, aun por encima de su pantalón se podía percibir el calor tremendo que provenía de ese rinconcito.
Cuando ya el sol había caído totalmente, su ropa casi cayó, no se podía así, tal cual porque estábamos ahí en el parque y aunque nos amparábamos tras el árbol y la penumbra de la noche nos mantenía incógnitos, eventualmente pasaba alguien cerca… De cualquier manera eso no impidió que mis manos fueran debajo de su blusa y luego mi boca, así, incómodamente pero igualmente disfrutable. Cuando mi mano entró en su pantalón y empecé a acariciar en directo aquel volcán ya a ninguno de los dos nos importaba nada y lo que queríamos era irnos de ahí a algún lugar en el que sí pudiéramos dar rienda suelta a los sentidos. Pero ¡oh, decepción! No podíamos irnos y dejar en el parque a su hermana y a su amiga quienes la habían acompañado al parque, en parte por el temor de ir sola y en parte para que le dieran permiso en casa. Tuvimos que conformarnos con aquellas caricias y luego calmarnos un poco. La calma también fue muy buena, pues siguieron algunos minutos de deliciosa charla; ahora sí, después de conocernos los cuerpos, nos conocíamos el alma…
La frase dice: Después de la tempestad viene la calma, en nuestro caso sucedió exactamente a la inversa: Después de esos minutos de intensa calma vino la tempestad plena, total y nuevamente estábamos ahí, besos por aquí y besos por allá, manos que subían, que bajaban, que iban y volvían… Nuevamente mi mano en su vagina, paro ahora no sólo acariciando, sino dejando que mi dedo medio entrara y saliera. ¿Te han metido dos? – Pregunté. ¿Qué? – Dijo ella, con voz casi inaudible e ininteligible. ¿Que si te han metido dos dedos a la vez? – Insistí. ¡Ah! – Respondió ella. – No, nunca. Le pregunté si quería probar al tiempo que le intorducía los dedos medio y anular, mientras ella respondía con un sí disuelto en una exclamación profunda.
En esos momentos ella se olvidó del mundo y era yo el que de vez en cuando volteaba alrededor para verificar que podíamos seguir sin problemas. Ella ya era más libre para hablar, ya no decía únicamente que estaba contenta, que se sentía muy bien y que yo le encantaba. Ahora decía cosas como "qué bien se siente esto, métemelos más, quisiera que me metieras ésta (mientras su mano aprisionaba mi pene) y me cogieras bien rico". Lástima que aquí no se puede - Le dije. Argumento que sólo duró unos segundos pues ella ya me la había sacado y apretaba casi con furia, lo que provocó que yo me colocara de frente a ella, un poco agachadito y empezara a tallarle mi pene en su vagina. No sé cómo, pero de pronto sentí sus vellos en mi pene: ella se había abierto totalmente el pantalón, se hizo el panty de lado bajo su vagina. Como pudimos nos acomodamos para que entrara mi pene y empezó la danza...
Ahorita lo recuerdo con una sonrisa y es que rememoré aquellos años de adolescencia en que no había dinero ni siquiera para pagar un cuartucho y ni esperanzas de tener automóvil, así que, en los apuros de la calentura no había más que arriesgarse a hacerlo así, en algún sitio poco propicio para ello.
¡Pero la verdad qué excitante es! Definitivamente es un gusto que me tengo que dar con mayor frecuencia.