Recuerdo a la perfección tu mirada: viveza plena, miel ardiente; tus brazos en mi cuello, tu pubis con fuerza contra el mío.
Tus labios, ¡ay, tus labios! Tanto tiempo, parece mentira, tantos cientos de años sin ese sabor en mí, sin utilizar mis labios de esa maravillosa manera.
Silvio dijo: "Al tibio amparo de las dos catorce se desnudaba mi canción de amor", hoy le tomo prestadas las palabras y solamente cambio dos catorce por dos veintinueve y me doy cuenta de que esa canción describe la situación casi perfectamente. ¿Y cómo no? ¡Es Silvio, por Dios!
Tu voz sensualmente agresiva musitó: "A ver si es cierto..." y me vi envuelto en ti, totalmente, maravillosamente envuelto en ti. Tu blusa voló, ¿sabes que tienes una tetas maravillosas? Sí, sí lo sabes.
Mis manos viajaron dentro de tu pantalón: nalgas tersas, piel ansiosa, humedad, humedad, humedad. Humedad que al contacto de mi dedo, inundó nuestros mundos y no nos quedó más remedio que rodar sobre la cama. Vi desaparecer tu última prenda, que precisamente era ese pantalón, te imité.
Erguido (de eso estoy seguro, al menos en ese momento) fui sobre ti. Nuevamente nuestros labios, nuevamente nuestras manos. Visité tu cuerpo -palmo a palmo-, con mi lengua. Tu vello escaso olía a nenúfar amarillo, a olivo, a noche profunda.
Entre miradas y susurros, caricias leves y profundas, entre tus lunas y mis soles... fui y vine algunas veces, pocas veces, casi ninguna vez. Era tanta la maravilla, era tanta la espera, era tu frase previa, era no sé qué, pero a pesar del intenso deseo de hacer realidad mi sueño contigo, ¡puf! me desplomé. Mi corazón latía con fuerza, mi mente sabía que yo quería estar contigo, pero mi cuerpo no respondió.
Princesa, espero con ansia mi derecho de réplica.